miércoles, 9 de julio de 2008

Hoy

Siempre es un hoy,
aunque la tierra crece. Se puebla de hojas, de frutos y de barcas.
Y si alguna soberbia me grita desde alguna ventana
le respondo:
que no gano ni pierdo;
que mi hoy es simplemente un préstamo
y yo tan sólo
un ser emocionado.

Que el tiempo son algunos pájaros
del día y de la sombra
y que no interrogo a la prueba
que la vida me planta
porque vivo de mis hojas, mis frutos y mis barcas.

sábado, 24 de mayo de 2008

Cómo un camino "ajeno" revela el propio...

Una reelaboración del poema de Omar Pimienta, escritor mexicano, contemporáneo.

Residuos
Tenía la certeza de que la amargura en la boca
al despertar y sentarme al borde de la cama
no era más que los residuos de lo que paulatinamente
muere uno por las noches.
Así como también estaba seguro de que las manchas
en la esclerótica de los ojos
eran la úlcera causada por las imágenes al no bajar la vista.
Lo callos en las manos:
ruinas de una fortificación donde camino a tientas.
Las arrugas del entrecejo:
pasillos de edificios donde y cuando se debe llorar.
Tenía la certeza de que al mundo se viene a algo.
Hoy no tengo seguro nada.
Me pongo los zapatos y camino.
Del poemario Primera persona: Ella.
Tenía la certeza de ...
...pero ya no recuerdo si estaba dormida o
despierta
preguntándome al borde de la cama
si la muerte -pequeña o grande-
era un paulatino residuo
de la noche o viceversa.
Si manchas escleróticas
alrededor de los ojos
me imedirían otra vez
alzar la vista
casi siempre, temerosa.
Si los callos en las manos
eran de tanto tensar nudos
o el sello
de amasar la tierra encogida
por dolores de parto...
Pero me resisto
a que las arrugas del entrecejo
me dibujen el edificio del llanto
al preguntarme
a qué vine a este mundo;
qué seguridad de algo he conseguido, al menos,
cuando me pongo los zapatos
y
camino.

jueves, 15 de mayo de 2008

¿Utopía de habitar la tierra entre dos orillas?

Habitar la tierra ...dos orillas ...utopía...

Para este viaje fantástico es necesario un posibilitador. En el caso de Odisea 2008 está dado por la acción de un zapato. Mi zapato es un borceguí que por aquellos azares del tiempo se puso frente a mí como diciéndome: "Aquí estoy, puedo llevarte".



Nada sabía yo de él anteriormente; pero como instancia prefiguradora del extrañamiento que implica o acompaña a este viaje, lo acepté.



Como primer obstáculo luego del "pacto" implícito con el borceguí tuve que buscar la forma de materializarlo, ya que él no habitaba (éste mi timón, mi mediatizador) otras geografías que las mentales. Por lo tanto y por indicación de la Gurú mayor (Mirta) me decidí a escribir la carta al único zapatero que ... Luego de mucho averiguar encontré sus datos y escribí, sabiendo que era difícil movilizar a este personaje que además sólo se dejaba seducir por el lenguaje metafórico:



Señor Gruñón


Peñasco Sombrío


Faro del Fin del Mundo


Su taller



Le envío estas líneas porque el corazón me estalla en lava volcánica. A tal extremo que de no haber sido por ello jamás hubiera acometido esta empresa entre épica y dislocada de escribirle esta carta.
Su currículum es aterrador: rústico y artista; constructor de sensaciones inimaginables y devorador de cementerios... Pero tendré que arriesgarme por mi extremada necesidad.
El caso es que es Ud y sólo Ud quien puede construir el par de zapatos que necesito. Se trata de un par de borceguíes que ha de entrar en mutación gozosa hacia sandalias de ligerísimos vegetales. Su alma ambivalente de prolíficas maravillas en contraposición con sombrías costumbres casi infernales bien podrá calibrar ambos extremos y lograr sin duda la transubstanciación que me es imperiosamente impuesta por las circunstancias.
Soy el alma de un par de borceguíes -como ya le dije- que veterano de Malvinas, he pisado la muerte en las helada carne de esas tierras; visto el horror del campo ensangrentado y acopiado esas imágenes como verdadero y furioso trauma... Sin embargo, me ha llegado la hora de la liberación: la hora-oportunidad de escapar de ese cerco. He sido invitado a una danza restauradora del ser -mi ser: no quiero el trauma, ni la sangre, ni la muerte- Este evento iniciático tendrá lugar al día siguiente del cambio de la forma borceguí a sandalia leve confeccionada en trama vegetal multicolor (el material obedece a la índole de música que gobernará esta verdadera danza resucitadora y al hecho de que se desarrollará a la luz de la luna sobre la tierra húmeda de un bosque patagónico.) Pero ... no podrá ser en modo alguno sino antes de la llegada de la ¡¡¡próxima luna llena!!! sY sobre la húmeda tierra de un bosque patagónico.
Señor Gruñón, ¡¡¡¡apelo a su costado artístico y constructor de sensaciones inimaginables!!! Es más solicitaré, cuando llegue al paraíso, durante la danza, un alquimia resucitadora para Ud en pago de lo que no tiene precio: un nuevo ser ...
El alma atormentada de un par de borceguíes

martes, 6 de mayo de 2008

Siempre me ha preocupado el tema de la culpa. Extendido por vastas zonas tanto personales como sociales y todavía más: literarias, ese tema es un punto de inflexión de nuestra condición humana. Su extensión tan grande y poderosa, que "precipitó" la llegada de un Redentor. Pues la culpa es conciencia de "mal", en términos cristianos, pecado . Y ese reconocimiento exige una reparación que no está en el 90% de los casos a nuestro alcance.

La he buceado desde el personaje de Judas en un cuento llamado "El canto del gallo 1"; en otro cuento llamado "El canto del gallo 2", sobre el asesinato de Facundo Quiroga tal como lo narra Sarmiento en "Facundo" y también lo he rastreado en historias familiares.

"Fuego que nunca se apaga..." vuelve sobre la problemática ensayando una especie de reparación.

Su única mano volaba ágilmente sobre el teclado. Pensé en un águila o algún ave de presa sobre las teclas blancas. Era impactante verlo escribir teniendo ante la vista su brazo trunco. Pero nunca había interrogado a Abel sobre ese, digamos, dolor... Esa tarde me había pedido que lo esperara unos instantes -siempre me atendía puntualmente. "No quiero cortar el relato en este punto..." había dicho. Tímidamente le pregunté si escribía relatos de ficción pues no le conocía, a mi terapeuta, esas inclinaciones. Pero me respondió que no; que era pura terapia. Me acomodé en un sillón y comencé a hojear una carpeta. Al cabo de un tiempo sin tiempo ¿segundos?, ¿minutos? Pues algo parecía detenido en las agujas del reloj, se dio vuelta y me habló:
- Es irónico ...casi paradójico.
- ¿El qué?-pregunté con desconcierto-.
- Que sólo la lejanía nos acerque; que la ficción revele la realidad o que las cosas ocultas desnuden siempre una verdad... Me pregunto si el ayer, (siguiendo esta línea insólita de ¿causas y efectos?), podrá ser la eterna forma del hoy...
Yo no salía de mi asombro ante su locuacidad. Aunque nada de sus dilemas me había alcanzado, todavía. Y recuerdo que, por pura cortesía ante la recién inaugurada solidaridad, me animé a preguntarle sobre su mano ausente. Inmediatamente en su rostro hasta ese momento casi filosófico, se convocó una sombra. Comenzó a relatarme una historia de rivalidades y odios infantiles entre dos hermanos gemelos. Me describió una tarde trágica en que el "otro" (¿Caín? ¿Entonces él era Abel?), que lo había hostigado toda la tarde, le había pedido auxilio. Era verano y braceaba desesperado en medio de un remolino. Esas rápidas y agitadas aguas eran famosas...Él había extendido su brazo presuroso en auxilio; sin embargo, enseguida, impulsivamente lo había retirado al recapacitar que estaban solos...
Era ese brazo en el que se ausentaba la mano hoy.
Espantado, yo pugnaba por quebrar en mí la lógica siniestra de esa narración. Atónito, reñía con mi propio y aterrado convencimiento de ese horror. Temía incluso haberme equivocado. Y él me miraba como esperando algo. Un rostro desencajado y sufriente que ya no coincidía con el de mi aplomado terapeuta...
- Que un ser humano se mutile no alcanza para barrer su culpa -dijo de pronto-. Al contrario: la fija y profundiza. Deja de ser un hecho del pasado que hasta quizás podríamos olvidar, para ser quemantemente presente ... como un símbolo que nunca permitirá el olvido. Tratar de comprender o si fuera posible: lograr el perdón, en mi profesión...
Me pidió disculpas mientras volvía los ojos nuevamente hacia el teclado. Yo me sentía invadido por la pena, por una extraña forma de decepción y diciendo no sé qué salí del consultorio. Lo último que vi antes de cerrar la puerta fue su única mano como un ave de presa sobre las blancas teclas.